jueves, 18 de marzo de 2010

3er acto


Sábado 6 de Septiembre del 2008 – La Plata (Auditorio Islas Malvinas)



Con un auditorio repleto hasta más no poder y público que nunca pudo ingresar, la impaciencia se hizo respetuosa pero ahora sí todos querían ver a esa muerte. No era morbo lo que acompañaba los nervios previos, pero sí la conciencia de relevancia ante lo que allí iba a acontecer: Una de las históricas y mejores (porque sólo con tiempo no se hace nada) bandas platenses se extinguía e invitaba cordialmente a todos a ser testigos.


Con la presencia de dos históricos de la banda: Fabián Andrade con su laboratorio sonoro y Federico Jaureguiberry con un potente soplido en saxo, Mister América atravesó su Vía crucis diseñado por 36 estadíos de condenas, caídas, encuentros, muerte y entierro.


En ese inicio de procesión apareció casi en su totalidad y orden “Despojado”, el cd editado en el año 1998, considerado por algunos uno de los mejores discos de rock platenses, a la par de ‘Oktubre’ de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota o ‘Superficies de Placer’ de Virus.


Bajo unas pocas palabras de Astarita, “muchísimas gracias amigos, muy buenas noches, bienvenidos... bien-venidos”, Mister América hizo pesar sus grandes canciones en merced de los monumentales artesanos que lo conforman: el extraordinario buen gusto de Pilu Pontano; Legui con sus colchones vocales y una comodidad en las seis cuerdas notorias, Horacio Núñez como la base en pie de rock, y los dedos sutiles y gimientes de Leandro Giordano.


Y la despedida, que “es un festejo” según el poeta, continuó bajo el relato de “Mañana será un nuevo día viviendo una vida nueva” y la escalofriante “Palabras” (“el amor es la mentira que todos simulan, placer es otro estado del dolor, tristeza es estar muerto pareciendo vivo... valor es poder dejar este mundo”). Llegaron los terrenos de nylon, las superaciones, las fotografías absolutas y la mirada de Astarita que acompañaba a sus brazos en alto en una abstracción absoluta hacia el cielo mientras cantaba “incluso ella vendrá” en una escena para la conmoción. “Hablando de ella -dijo Astarita- lo único verdadero en esta vida es que vendrá para llevarnos... siempre va venir, por eso hay que estar muy atento, no perder el tiempo en estupideces. Sólo quedarán nuestras acciones en la tierra”.


Astarita, en su mezcla precisa entre el intimismo cantor de Jarvis Cocker, la dulzura y tristeza de una Pizarnik de madrugada y un Urdapilleta en melodrama, sin demagogias ni posturas, tan sólo con una mueca en la que su cachete es empujado por la lengua, embelece el escenario y torna todo en concepto. Agradecido y conmovido por los caminos que decidió caminar y definitivamente entregado al llanto, festejó su aislamiento personal al mundo ideal que le queda por pintar. Hablando del cielo, buscando el paraíso personal, en plena despedida, con almanaques viejos, allí encontramos al artista. Gritando que no pasa nada nuevo, que no es un gurú e invitándonos con la Jarra Pingüino, agradeciendo y mostrándose enteramente vivaz se fue Mister América. Que en paz descanse. El público, por su parte, se fue rezando para que al tercer día vuelva a nacer. Aplaudió la obra y se alejó, dándole el tiempo necesario para que el mito vuelva a invitarlos otra vez.



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